A la hora de planificar nuestra estrategia de inversión podemos optar por un modelo de gestión activa o por una gestión pasiva. ¿Qué diferencias existen entre una y otra? ¿Cuál es el más recomendable?
La gestión pasiva se basa en comprar y mantener la inversión. Normalmente en este modelo de gestión, la cartera sólo se revisa ocasionalmente. Con ello se pretende que los beneficios de los activos que se adquieren repliquen a los índices a lo largo del tiempo. El propósito, por tanto, no es batir al índice, sino igualar su rendimiento. Una buena gestión pasiva se juzgará por la capacidad de ajustar su rendimiento al del índice objetivo.
Por contra, la gestión activa implica un continuo ajuste de los valores que componen nuestra cartera. El objetivo de estos cambios es obtener una constante mejora en el rendimiento de los activos a rentabilidad para superar la rentabilidad de éstos con respecto a los índices de referencia. En este caso, el objetivo no se trata de replicar la rentabilidad de los índices, sino superarla. Y la manera de batir al índice es la constante búsqueda de aquellos valores que ofrecen mejo rendimiento y realizar los cambios oportunos en la composición de nuestros activos.
Estrategia mixta
A la hora de decidirse por una estrategia activa o pasiva, tenemos que tener en cuenta que la gestión pasiva es más conservadora, en cuanto a rentabilidad y riesgo, y tiene un coste menor. La alternativa de la gestión activa es potencialmente más lucrativa, pero tiene un mayor riesgo y un alto coste en base a las comisiones que se generan por los cambios en la composición de los activos.
Por supuesto podemos aplicar una estrategia mixta o, como ocurre en la mayor parte de las ocasiones, elegir entre una u otra en función de la volatilidad del mercado. Para mercados con poca volatilidad la gestión activa suele ser poco efectiva; al tener escasas oscilaciones, el contexto no favorecen los cambios.